Cada vez estamos más influenciados por la creencia de que nosotros, el ser humano, podemos tenerlo todo bajo control, y tenemos las respuestas de todo. La falsa ilusión de que el conocimiento racional puede manejar cualquier planteamiento, es la vía más directa para entrar en la prisión o laberinto de la duda. El camino hacia esos pensamiento que no resuelven problemas sino que los crean, generando sufrimiento. Se trata de la búsqueda compulsiva de respuestas a una pregunta, quizás tan equívocamente formulada que impide obtener una solución, generando la constante duda.
Estamos hablando de la duda patológica, es decir, cuando una persona entra en un laberinto de preguntas ante las cuáles no obtiene respuesta. Su mala formulación lleva a la obsesión por encontrar respuestas tranquilizadoras, generando contrariamente una rueda en la que surgen nuevas y nuevas preguntas. Una trampa de la inteligencia, en la que quien lo padece, se vuelve incapaz de decidir algo con rapidez, ó incluso incapaz de tomar decisiones, produciendo serios problemas de ansiedad, sufrimiento o bloqueos personales y relacionales.
Ante la aparición de la duda, tratamos de controlar nuestras sensaciones, emociones y sus correspondientes respuestas a través de la razón, del pensamiento más ligado a la lógica ordinaria, cayendo así en la paradoja de perder totalmente el control. Tratamos de anular esos pensamientos incómodos que generan miedo, y lo que conseguimos es pensar exactamente en aquello que no queremos pensar. Intentamos buscar respuestas ciertas y tranquilizadoras a dilemas irresolubles, tropezando en la trampa de buscar la respuesta correcta a una pregunta incorrecta. Elecciones banales del día a día, pueden transformase por exceso en la duda incesante de elección. Angustia que lleva a las personas a delegar constantemente en otros la toma de decisiones, demostrándose así su propia incapacidad de elegir, y negándose la posibilidad de aprender a tener confianza en sí mismos. Esto, alimenta el problema por la calma que produce diluir así las complicaciones que se le presentan.
Para escapar de la duda y la inseguridad, el ser humano ha creado una serie de estrategias como la Disonancia Cognitiva de la que Festinger nos hablaba. Esta se refiere al fenómeno que ocurre cuando tras realizar una elección, tendemos a comparar lo escogido con lo desechado, logrando así reforzar la creencia de haber efectuado la mejor decisión, y anulando la sensación de angustia derivada de haber realizado la elección desafortunada. Pues la duda deriva de las características de las otras posibilidades de elección.
Otra estrategia es convencer a los demás por medio de argumentos cuyo objetivo es tranquilizarse a uno mismo. Es decir, se busca la propia confirmación de que ha escogido lo correcto o lo mejor.
Un papel fundamental en esto, son los mensajes que nos damos a nosotros mismos;
- El uso de la razón, como hemos mencionado, juega un rol muy perverso. El hombre, tiende a utilizar procedimientos rigurosamente lógicos, los cuáles, bien empleados, permiten resolver muchos problemas, pero por otra parte, pueden llevar al planteamiento de esas preguntas conducidas hacia el dominio de saberes imposibles que empujan al abismo de los pensamientos sin vía de salida.
- La hiperracionalización surge como efecto del intento de analizar un fenómeno desde los máximos puntos de vista posibles para llegar a conclusiones más correctas. Una búsqueda de continua de lo irrevocablemente justo/injusto, bueno/malo, etc., que bloquea la acción en un intento de buscar la seguridad.
- La tortura mental que sufre una persona al atribuir un sentimiento de culpa, real o imaginario, funcionando como una especie de “inquisidor” que actúa dentro de la persona, lanzando mensajes internos tan drásticos como “Hagas lo que hagas, al final, tú eres el culpable de que salga mal”.
- Pensamientos como “de todas formas, te vas a equivocar”, aparecen como un saboteo ante la incesante búsqueda de seguridad que conduce a la constante inseguridad. En pocas ocasiones podemos tener la certeza de haber actuado del mejor modo posible. Incluso decisiones exitosas, nos puede saltar ese saboteador interno con latigazos como “podría haberlo hecho antes, actuado mejor, etc.”
La aparición de estas trampas son un fenómeno común en el ser humano, y cualquiera es susceptible de caer en ello. En el momento en que esto genera obstáculos en la vida de las personas, conviene plantearse el cambio en la dinámica de pensamiento y actuación. La clave es romper el círculo vicioso de preguntas inviables que llevan a respuestas indecibles. Tomar conciencia de la dinámica que alimenta este trastorno, la insaciante búsqueda de seguridad personal mediante el empeño en buscar racionalmente respuestas a todo lo que no podemos tener certezas claras.
Terapéuticamente hay que evitar la trampa de ofrecer respuestas a las dudas de estos pacientes para no convertirnos en un recurso que alimenta su patología, no dar respuestas aparentemente tranquilizadoras. Se trabaja buscando la dinámica que alimenta este trastorno tan común en la sociedad occidental, actuando sobre los mecanismos que generan la duda patológica y reestructurando el modo de percibir esta para que deje de ser el bloqueo que mantiene a la persona paralizada, creando experiencias que corrijan el modo de percibir la realidad y modificando las sensaciones que impiden a la persona ser funcional en su vida cotidiana.
En definitiva, ante este tipo de dudas, más que responder, el éxito está en cuestionar la pregunta que bloquea y genera sufrimiento.