I.- ¿QUÉ ES LA DEPRESIÓN?
Estamos habituados a usar la palabra “depresión” con excesiva frecuencia. Cuando tenemos un mal día, nuestro estado de ánimo está un poco más bajo de lo habitual o incluso cuando estamos cansados, la expresión que acude a nuestra mente es “estoy deprimido”.
La depresión es mucho más que todo esto; es un serio trastorno emocional que implica cambios importantes en nuestra forma de sentir, de pensar y de actuar.
Nuestras emociones cambian sensiblemente. Puede que tengamos muchas ganas de llorar, que notemos tristeza, y no es infrecuente que aparezcan otros síntomas desagradables como la irritabilidad o la ansiedad. Más a nivel corporal, suelen producirse cambios, como notar cansancio continuo y excesivo, pérdida de apetito, problemas de sueño, tensión muscular, opresión en el pecho, disminución de la sexualidad……
Nuestra forma de pensar sufre modificaciones: tendemos a ver el lado oscuro de las cosas, viendo la realidad teñida de pesimismo y negatividad. Solemos pensar mal acerca de nosotros mismos, nos desvalorizamos, culpamos; reduciéndose significativamente nuestra autoestima. No entendemos la vida, el mundo nos parece un lugar absurdo y hostil en el que vivir. Más aún, el futuro se percibe como un callejón sin salida, sin esperanza, con pocos deseos de continuar.
Nuestra forma de actuar va en consonancia con nuestros sentimientos y pensamientos. Tenderemos a ir reduciendo nuestras actividades; nos volvemos más pasivos, la inercia nos domina; y de una forma más o menos rápida, dejamos de salir, de ver gente o incluso, de ir a trabajar.
Para considerar que una persona está deprimida, tiene que estar sufriendo una parte importante de estos cambios, y además, que se mantenga durante un periodo de tiempo razonablemente largo.
La depresión no es sólo el trastorno psicológico más frecuente, sino que, además, probablemente es el que más daño hace a la persona que lo sufre. Los datos estadísticos indican que alrededor del 10% de la población general está o llegará a estar clínicamente deprimida a lo largo de su vida. Existen más mujeres deprimidas que hombres, con un porcentaje significativo: por cada hombre deprimido hay 3 mujeres que también lo están.
Aunque podemos encontrar depresión en cualquier momento de la vida de una persona, parece claro que el riesgo de depresión aumenta con la edad, encontrándose 2 períodos críticos: entre los 35 y los 45 años, y a partir de los 60.
II.- ¿POR QUÉ NOS DEPRIMIMOS?
Para que una persona se deprima, es necesario que en el ambiente en que vive ocurran cambios que sean percibidos como desagradables.
La depresión puede ser producida por cambios vitales como: pérdida o enfermedad de personas queridas, enfermedad propia, problemas maritales o familiares, problemas ó pérdida en el trabajo, problemas económicos, cambios de domicilio, sufrir otro problema psicológico, y cualquier otro acontecimiento que implique que la persona se vea privada de algo que considera importante, que subjetivamente sea relevante.
Desde esta perspectiva, cuando la persona percibe estas pérdidas, pasaría por un período normal de tristeza, pero si no sabe afrontarla con eficacia, comenzaría a sentir los cambios emocionales, cognitivos y conductuales, de las que antes he hablado; y empezaría a deprimirse. Parte de estos cambios, implican modificaciones en el funcionamiento bioquímico del Sistema Nervioso Central. El cerebro segrega menos neurotransmisores, y ello ayudaría a que la depresión se asentara. Los neurotransmisores son unas sustancias que participan en el funcionamiento del Sistema Nervioso Central, y contribuyen a la regulación del estado emocional.
Así pues, los cambios bioquímicos serían el resultado y no la causa de la depresión. La depresión sería un complejo trastorno psicológico que provocaría alteraciones orgánicas.
III.- VULNERABILIDAD
Analizando la vida de cualquier persona, nos encontramos con que todo el mundo, más pronto o más tarde, sufre pérdidas, nos vemos privados de algo, y sin embargo, solo un 10% de la población llega a deprimirse clínicamente. ¿Por qué unos sí y otros no?
Está demostrado que existe una serie de variables que predisponen o vulneran a la gente hacia la depresión. Conocemos algunas de éstas, pero probablemente existen otras aún ocultas.
Son:
- Estilo de vida: Aquellas personas que en su vida realizan más actividades agradables en cuanto a cantidad y diversidad, son personas menos predispuestas hacia la depresión. Cuantas más áreas de satisfacción posea la persona, menos facilidad para la depresión.
- Estilo cognitivo: La forma de pensar. A lo largo de nuestra educación, vamos aprendiendo una serie de esquemas o creencias, con las que organizamos nuestra vida. Si el contenido de estas creencias es inadecuado, favorecerá la depresión, tras la pérdida de reforzadores. Como ejemplo de estas creencias citare:
(a) La creencia de que uno mismo no es lo suficientemente valioso o que incluso está por debajo de los demás. Son personas con una baja autoestima que se ven como inferiores a los demás. Se fijan en sus errores y pasan por alto sus aciertos, así no se gustan a sí mismos y piensan que no gustarán a otros.
(b) La creencia en la filosofía de la culpa. Consistiría en creer que si uno comete un error debería recibir un castigo severo. Así ante un error, aparecen los remordimientos y el sentimiento de culpa. La culpa, implica que, a partir de un error, nos desvalorizamos completamente.
(c) La culpa suele ir unida a un excesivo perfeccionismo. Las personas perfeccionistas se exigen metas muy altas, frecuentemente inalcanzables, y cuando de hecho no las consiguen, aparece la vieja y dolorosa culpa.
(d) La creencia de que el mundo debería ser un lugar maravilloso, en el que vivir. Cuando se encuentran con alguna de las desgracias con las que todos nos encontramos, su mundo ideal desaparecerá, y se sentirán engañados y frustrados.
IV.- DEFICIENCIAS EN EL ÁREA SOCIAL
Tanto déficit de habilidades sociales, conductas para relacionarnos eficazmente con los demás (saber hacer peticiones, saber recibir una crítica, .. …). Como por otro lado, el problema no está directamente relacionado con la inhabilidad social, sino con la ausencia de un soporte social adecuado. Es decir, que la persona no está arropada de un entorno social cálido que le puede ofrecer apoyo y ayuda en momentos difíciles. Esto, de nuevo, aumentaría las probabilidades de depresión.
IV.- LA HABILIDAD PARA RESOLVER PROBLEMAS
Si ante una pérdida, la persona no sabe evaluar lo que le está sucediendo, buscar alternativas y tomar la decisión más adecuada para sus circunstancias, entonces el problema práctico que tiene que resolver en su medio, provocará problemas psicológicos que podrían culminar en una depresión.
Resumiendo, una persona se puede llegar a deprimir después de sufrir una pérdida de reforzadores que subjetivamente sea relevante y muy aversiva para ella, y las probabilidades de deprimirse aumentarán en la medida en que posea más variables de vulnerabilidad psicológica hacia la depresión. Pero ¿cómo avanza el proceso de la depresión? ¿Cómo se mantiene?
Una vez sufrida la pérdida se produce un gran impacto psicológico: dolor emocional. Este dolor conlleva pensamientos negativos (“¿por qué a mi?”, “no voy a poder vivir de esta manera”, “es por mi culpa”, “soy un desastre”), y sensaciones emocionales y físicas desagradables (apatía, ganas de llorar, problemas en el sueño). Como consecuencia de pensar así y sentir esas sensaciones, el siguiente paso es que aparezca la inercia, y se empiece a dejar de hacer actividades. Es comprensible. Si el estado de ánimo está bajo y los pensamientos empiezan a tornarse oscuros, lo que menos nos apetece es hacer cosas. Se empiezan a disminuir o desaparecen las actividades agradables voluntarias: salir con amigos, hacer deporte, leer, etc……. Así por las sensaciones dolorosas, dejamos de disfrutar de lo que habitualmente nos hace disfrutar.
Y el siguiente paso, sería dejar de afrontar aquellas actividades “obligatorias”: trabajo, quehaceres domésticos, obligaciones familiares, e incluso, en casos extremos, higiene y aseo personal.
Cada vez que una persona deprimida se plantea hacer una actividad, el malestar que experimenta le hace decidir no realizar esa actividad, porque le supondría un terrible esfuerzo que implicaría, a corto plazo, quizás mayor dolor. Esta es la gran trampa de la depresión. Rechazar hacer actividades, que es la reacción más natural, provoca un pequeño alivio en cuanto a que uno se libra del esfuerzo de ponerse en marcha, pero en realidad mantiene la depresión, porque nos impide acceder a las actividades que nos provocarían satisfacción y que empezarían a romper el bucle depresivo.
Cada vez que rechazamos algo, el placer que perdemos se une a la pérdida original, provocando más dolor y, finalmente, más inercia.
Vamos a poner un ejemplo: Si a Consuelo, que lleva deprimida casi cuatro meses, le llama una amiga proponiéndole ir al cine juntas, como solían hacer antes de la depresión, y ella, involuntariamente, empieza a pensar en términos depresivos (“me encuentro fatal”, “he dormido muy mal”, “ no estoy de humor”, “tendría que ducharme, arreglarme, ir hasta allí”, “no disfrutaré de la película”, “me preguntará y le tendré que contar como estoy”), Consuelo dice: “No gracias. No me apetece”.
Al decir no, se pone “a salvo” de atravesar un doloroso proceso, pero en realidad, su estado empeora porque aumenta su pérdida.
Paradójicamente, el comportamiento de no hacer actividades agradables que, a corto plazo, parece resultar beneficioso, provoca que Consuelo esté cada día más deprimida.
Por todo ello, todos los programas de tratamiento psicológico que resultan eficaces, hacen hincapié en los dos elementos mencionados: los pensamientos negativos y la reducción o desaparición de las actividades. Si se modifican las creencias depresivas y se reinstalan las actividades pérdidas, el estado de ánimo mejorará.
El primer paso suele ser dar importancia a la realización de actividades y, especialmente, actividades agradables.
La depresión es un circulo vicioso. La depresión nos apaga mental y físicamente. Todo cuesta esfuerzo, y hace que nos cansemos muy fácilmente. Hacemos menos y, luego, te culpas por hacer menos. Empezamos a creer que no podemos hacer nada, y que nunca saldremos de la depresión. Así que nos sentimos aún más deprimidos. Nos resulta más difícil hacer cualquier cosa. Y así continua.
Empezar a activarnos es una manera de romper el circulo vicioso. Tiene una serie de ventajas.
- La actividad nos hace sentirnos mejor, controlamos nuestra vida.
- La actividad nos hace sentirnos menos cansados. Normalmente, cuando estamos cansados, necesitamos descansar. Cuando estamos deprimidos lo contrario es lo verdadero. Necesitamos hacer más.
- La actividad nos motiva a hacer más. Cuanto más hacemos, más nos apetece hacer
- La actividad mejora nuestra habilidad para pensar, con lo que los problemas, se ven con otra perspectiva.
A pesar de estas ventajas, empezar no es fácil. Esto se debe a las ideas pesimistas, que llevan a creer que nada es apetecible. En condiciones normales, primero nos apetece hacer algo, nos entran ganas, y segundo, lo hacemos.
En depresión, esto nunca sucedería. Así, la única solución es cambiar el orden habitual de las cosas. Después de planear lo que nos conviene hacer, debemos intentar, esforzarnos en realizarlo, comenzando por las cosas que menos nos cuesten y que más agradables puedan resultar.
En cuanto a las ideas, el pensamiento de una persona deprimida es negativo. Se tiene una visión negativa de uno mismo (ej. “no valgo lo suficiente”), del mundo (ej. “La vida no tiene sentido”) y el futuro (ej. “siempre me sentiré así”).
Estás ideas negativas tienen una serie de características en común.
- Son automáticas: aparecen en la mente sin desearlas
- Involuntarias: la persona no escoge tenerlos, y pueden ser muy difíciles de hacer desaparecer.
- Distorsionadas: no se basan en la razón.
- Incuestionables: se toman como evidentes, y en ningún momento se cuestionan.
- Inútiles: hacen que la depresión continúe.
Ideas así hacen que nos encontremos atrapados en un círculo. vicioso. Cuanto más deprimidos estamos, más ideas negativas tenemos, y más nos las creemos.
El objetivo en una terapia, es enseñar a la persona deprimida a romper este círculo, identificando, cuestionando y cambiando los pensamientos negativos. Buscando pensamientos alternativos que expliquen realistamente la situación.
Todo lo hablado, nos lleva a una conclusión lógica, que podría ser determinante a la hora de la prevención. Cuantas más áreas de placer, y más variadas, tenga una persona, menores serán las probabilidades de caer en depresión.
Por tanto, es importante fomentar las relaciones sociales, las aficiones, el número de actividades y los nuevos horizontes.
Así, como no hemos de olvidar, el creer en nosotros mismos por lo que somos y tenemos, y no por lo que nos gustaría ser.