Sucesos tan terribles como el de la monitora que ha asfixiado a tres niños en Valladolid nos conmueven y nos solidarizan con los familiares de las víctimas. No es mi propósito analizar lo ocurrido pero me surgen varias reflexiones sobre la responsabilidad que tenemos los profesionales, los equipos y las instituciones que trabajamos al servicio de otros en situación de necesidad (salud mental, discapacidad, educación).
Se habla de que la monitora no debió quedarse sola con los niños a su cargo, reconocimientos médicos a todos los cuidadores, etc; yo creo que todo esto va más allá de un momento puntual o un hecho individual, creo que hay que empezar a pensar que hay que hacer una apuesta decidida por el trabajo en equipo y por todo lo que ello conlleva. El equipo de trabajo es el dispositivo más potente del que disponemos los seres humanos para desarrollar nuestras funciones de cuidado y terapia. Sólo unos profesionales debidamente acompañados por un equipo pueden afrontar con garantías el contacto constante con lo complicado y doloroso del ser humano y podrá prevenir riesgos en el profesional que necesita espacios para integrar las experiencias tan extremas a las que están expuestos, para aclarar emociones. No refiero a hablar con compañeros de trabajo (no estaría mal como mínimo), sino a un liderazgo adecuado, espacios de reflexión, supervisión externa que oxigene y dé referencias, formación en trabajo grupal en definitiva, la única vía para trabajar adecuadamente con grupos de personas. Sin estos espacios se corre el riesgo de repetir las patologías que atienden o de dañar a alguien. Es un riesgo real, como subirse a un andamio sin arnés, te puedes caer. El impacto emocional del contacto con lo desvalido y dolorido del ser humano tiene la capacidad de paralizarnos, robotizarnos y quemarnos. Igual que el bombero necesita entrenamiento y equipo para ir acompañado, el profesional del ámbito de la salud mental debe contar con su equipo. Es hora de que nos hagamos conscientes, de cara al usuario y a los propios profesionales.
Los equipos escindidos y dañados generan distorsiones y deterioro en el servicio. Como en una familia, si los adultos no están bien, los menores probablemente tampoco. En España tenemos muchas experiencias y muy interesantes de formación e intervención grupal con profesores, asistentes sociales, equipos sanitarios, en empresas e instituciones. Experiencias suficientemente documentadas y que demuestran su utilidad.
Javier Gutierrez Igarza