Mujer Cíclica, cómo integrar esta visión de la mujer.

En la vida de la mujer podemos distinguir tres grandes etapas: la infancia, la etapa fértil, y la madurez. Pero hay dos momentos importantes intermedios, que como bien explica Anna Salvia Ribera en su libro “El baile de las mujeres”, nos afectan de manera singular, ya que son etapas de transformación, de paso, de una etapa a otra. Estás serían la adolescencia (paso de la infancia a la etapa fértil) y el climaterio (o pre-menopausia), paso de mujer fértil a la madurez. Advertimos como son estos momentos de transición los que han sido menos estudiados en la mujer. Especialmente, toda la larga etapa de la vida en la que la mujer está menstruando. Lamentablemente hemos sabido muy poco acerca de qué es, qué pasa en nuestro cuerpo y cómo nos afecta y nos atraviesa el hecho de pasar cada mes por un ciclo que busca crear y generar vida, y en caso de no ser la versión más optima, desprenderse de ese óvulo y volver a intentarlo el siguiente mes, y así durante años.

Históricamente se ha llamado “regla” a este ciclo, cuando la palabra puede dar pie a confusión, ya que no somos lineales, como una regla, y aunque fisiológicamente pasamos por un proceso similar cada mes, tampoco somos una norma o una “regla” que sea constante e igual a lo largo del tiempo. Si bien, nuestro cicló tiene unas fases que se repiten cada mes, no siempre ocuparan el mismo espacio ni las viviremos todas de la misma manera. Por esto, es muy importante que aprendamos qué pasa en nuestros cuerpos, que aprendamos a escucharnos y a reconocer las señales psicocorporales que nos acompañan a lo largo de los cambios en las diferentes fases.

Distinguimos entonces cuatro fases: el momento del sangrado, menstruación; la siguiente fase Pre-ovulatoria; la ovulación y la pre-menstruación. Cada etapa, que se repetirá en cada ciclo, tiene unas características tanto fisiológicas como psicológicas que nos van a influir en nuestra vida cotidiana, dándonos información sobre nuestro mundo emocional, nuestra energía y nuestras necesidades fisiológicas. En la medida en que las reconozcamos mejor, podremos buscar recursos para vivir de una manera más conectada y más amable. En definitiva, de “remar a favor” de lo que nos sucede y no pretender evitarlo, ni vivir dándole la espalda, porque en términos generales no funciona y suele hacernos sentir frustradas, cansadas, aisladas, incomprendidas, tristes y/o enfadadas.

Cuando este cicló va camino de retirarse, climaterio o pre-menopausia, nuestro cuerpo comenzará a advertírnoslo con “señales” para que nos atendamos y sigamos investigando en esa transformación a la menopausia (momento vital en el que dejas de menstruar) y seguidamente a la etapa de la madurez y vejez.

No es muy popular la palabra vejez, ya se encarga nuestra sociedad de asociarlo a algo peyorativo, de lo que debemos alejarnos, como de las arrugas, los cuerpos ralentizados, o la necesidad de parar y dejar de hacer. Pero desde aquí queremos rescatarla y darle el valor que tiene, que es el de conectar con nuestra sabiduría acumulada, nuestro valor de transmisión de conocimientos y nuestra libertad afianzada. Además, queremos dejar de hablar siempre de “síntomas” cuando a nuestra vida sexual se refiere, ya que, si bien en ocasiones pueden serlo, en otras, esta nomenclatura, tiende a connotar que hay una “enfermedad” o algo que paliar, cuando más bien lo que se dan, son “expresiones” físicas, emocionales o ambas a la vez que forman parte natural de nuestro desarrollo. El entender esta diferencia, genera un enfoque mucho más ajustado, especialmente en los procesos que atraviesa una mujer a lo largo de su etapa fértil y como mencionábamos anteriormente, de paso de una etapa a la otra. Entender los cambios como oportunidades de crecimiento nos ayudará a re-significar quién soy, cómo me siento, qué recursos tengo, cuáles me sirven y cuáles necesito afianzar. Y si además lo resuelvo en grupo, compartiendo con otras mujeres, generando un tejido de sostén y apoyo, el proceso será mucho más enriquecedor y agradable. Finalmente, poner énfasis en lo íntimamente relacionado que están nuestros procesos físicos, mentales, emocionales, sexuales y espirituales. Como, cada área, influye, nutre e impacta a las demás. Esta visión más holística de la salud  nos ayudará a poder ampliar los recursos que podamos utilizar para sentirnos más plenas y sanas.

Por Sarah Rodríguez Cigaran, Dra. en Psicología, especialista en DMT

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