Siguiendo el hilo de nuestros anteriores blogs en los que hablamos cómo cuidarnos y tratarnos mejor, vamos a dar paso a hablar sobre la importancia de poder leer nuestras emociones de una manera honesta y realista, sin tratar de rechazarlas ni juzgarlas.
Para adentrarnos en este tema, es preciso responder primero a “qué son las emociones”. Durante años, numerosos teóricos han tratado de explicarlo, dando lugar a diferentes concepciones. Las emociones podrían definirse como una energía, un impulso involuntario que nos induce a la acción. Se originan como respuesta a estímulos externos, y como resultado de los propios estímulos internos. Generan una reacción instintiva y automática. Por ello, recalcamos la idea de que las emociones nos movilizan.
Hay una percepción errónea de que las emociones son buenas o malas. En realidad, todas son buenas ya que nos informan de lo que ocurre, para así poder responder ante ello. Nos ayudan a la supervivencia. Son la brújula que nos indica el camino por el que vamos, una parte indispensable para nosotros que nos protege y nos informa.
Todas las emociones tienen una función adaptativa. Pueden ser placenteras como la alegría, o displacenteras como la tristeza, la rabia o el miedo. Sin embargo, sin ellas no habríamos llegado hasta aquí, no nos podríamos relacionar ni llevar una vida con sentido. El rechazo de las emociones no evita sentirlas, sino que paradójicamente, pone el foco en la emoción haciendo que esta crezca.
Vamos a centrarnos en las emociones básicas para explicar la función que tienen;
- La alegría está asociada al placer, la gratificación. Aparece cuando logramos algo que deseamos. Genera seguridad, sensación de bienestar y lleva a reproducir eso que nos gusta o nos hace sentir bien. Su función es la de reproducción y filiación.
- El miedo aparece cuando algo es amenazante o peligroso para nosotros. Esta amenaza puede ser real o imaginada. Genera estados de inseguridad, ansiedad o incertidumbre. Su función es protegernos tanto física como psíquicamente, nos ayuda a ser prudentes. Pero un excesivo miedo nos bloquea y nos incapacita.
- El asco aparece ante estímulos que nos resultan aversivos, nocivos. Su función es rechazarlos, nos ayuda a alejarnos de ellos para protegernos (por ejemplo, cuando ingerimos algo en mal estado).
- La ira aparece cuando percibimos que algo nos causa daño, y su finalidad es frenarlo o destruirlo para protegernos de ello. Sin llegar a extremos, por ejemplo, en nuestra vida cotidiana nos ayuda a poner límites ante situaciones desagradables. Su función es la protección.
- La sorpresa se genera a partir de la aparición de un estímulo inesperado. Genera sobresalto, desconcierto y asombro. Su duración es breve y su función es la de exploración y orientación ante esa nueva situación.
- La tristeza se origina cuando hay una pérdida. Nos ayuda a replegarnos, a sumergirnos en una actitud reflexiva. Su función es adaptativa y nos ayuda a generar una nueva reintegración personal.
Como vemos, tienen una función crucial para la supervivencia. Todas son necesarias, innatas y universales en el ser humano. Sin embargo, es importante resaltar la intensidad en la que aparecen; una intensidad adecuada nos ayuda a responder de manera adaptativa, pero una excesiva intensidad nos bloquea y nos desborda.
Aunque hoy en día las cosas están cambiando y cada vez se atiende más a desarrollar y potenciar la inteligencia emocional, no podemos obviar que, transgeneracionalmente, hemos crecido con ideas como que “tenemos que sonreír siempre, mostrarnos felices y positivos ante los otros y ser optimistas”. Desde niños estamos familiarizados con creencias como “llorar es de débiles, no llores”, “no te enfades”, “no te pongas así, no es para tanto”, etc.
Esto contribuye a que en muchas ocasiones no nos relacionemos bien con nuestras emociones y tendamos a luchar contra ellas. A veces tenemos dificultades para manejar la intensidad emocional con la que se viven algunas situaciones. Podemos tender a ignorar o infravalorar algo, para no conectar realmente con el malestar que nos genera o tratar de bloquearlo.
Intentar evitar las emociones, suprimirlas, tratar de controlarlas, enfadarse por sentirlas, o incluso hacer “como que no están”, hace que la emoción aumente, impidiendo responder adecuadamente a la situación, gestionando bien las emociones. Cuando hablamos de gestionar las emociones nos referimos a qué es lo que hacemos con ellas. Hay personas que no se atreven o no quieren sentir, de manera que las van cargando en ellos, o esconden sus emociones y luego esto sale de una manera más problemática.
La clave principal es dejar de hacer esto. En ocasiones las cosas que hacemos lo ponen peor, y necesitamos frenarlo para dar nuevas soluciones más adaptativas, que me ayuden mejor a abordar la situación. Vamos a romper ese círculo vicioso.
Las emociones forman parte de la vida y forman parte de nosotros, pero somos mucho más que nuestras emociones. Tratar de reprimirlas lleva a generar una problemática mayor, y en muchos casos al desarrollo de algunas patologías y/o enfermedades, además del sufrimiento que genera. Estar con la espada el alto luchando contra ellas agota, por tanto, la propuesta es aprender a “dar la bienvenida a estar emociones”. Aceptar las experiencias emocionales sin juzgarlas, sin intentar cambiarlas. Aprender a permitirse sentir las cosas sin atascarse en las emociones. Esto no implica resignarse a que nunca cambiarán, sino darnos permiso para sentirlas, sabiendo que estos estaos emocionales pasarán, que no son eternas. Darnos permiso para sentirlas significa saber que eso que lo genera es importante para mí y me preocupa. Implica cuidar de nuestras emociones validándolas y suavizándolas a través de diferentes técnicas que hoy en día conocemos como Mindfulness o la Aceptación y Compromiso, y dejarlas ir.
El dolor es parte de la vida. Aceptarlo no implica resignarnos sino darnos el tiempo, espacio y momento que necesitamos para que la emoción ocurra. Después, cuando tenemos una mayor conocimiento de nuestros sentimiento y emociones es cuando podemos decidir qué actitud tomar o lo que hacer cambiar la situación ó adaptarnos a ella. Permitirnos ser vulnerables también nos hace fuertes.
Como señaló S. Freud hace varias décadas, “Las emociones no expresadas nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de formas más feas”.