La Medicina tiene por objeto ayudar a paliar los sufrimientos, ocupándose básicamente de la máquina de precisión que es nuestro cuerpo. Sin embargo a la Psiquiatría le toca la difícil tarea de ocuparse de la parte menos “mecánica” del asunto y hacerse cargo de esto supone proponer soluciones en ocasiones muy poco tangibles, alejándose de la concreción en la que vive nuestra sociedad que se recrea en lo material y mide el mundo desde esa perspectiva. Para muchos psiquiatras es más fácil quedarse en una visión “serotoninérgica” del asunto, pero el hecho es que en la práctica psiquiátrica la disminución de la serotonina se traduce en desengaños, exigencias, tropiezos, lamentaciones y desesperación en relación a las cosas que pasan en la vida. A veces se intenta arreglar dando sustancias que buscan equilibrar los niveles de serotonina y no más, pero en realidad solo estamos intentando disminuir el sufrimiento mediante una especie de parche en forma de medicación.
En mi parecer se queda muy corto el tratamiento de un trastorno mental en el que únicamente se prescribe un fármaco. La oportunidad que en muchas ocasiones nos proporciona pasar por un momento de desequilibrio o crisis personal, debería ser aprovechada para rectificar aquellas cosas internas que hayan podido contribuir a la creación de la crisis, como nuestras reacciones ante los problemas o los mecanismos psicológicos que usamos para enfrentarnos a los conflictos y que no pocas veces se manifiestan en forma de trastorno mental y del sueño.
Pero esta visión nos plantea un gran problema a los profesionales de la salud mental, porque nos obliga a erigirnos en designadores de lo que debe ser considerado salud o enfermedad, además de obligarnos a establecer unos cánones de “normalidad” que se deberían perseguir como personas.
Pero ¿quién es el guapo que se atreve a decir cómo hay que ser sin caer en la autocomplacencia? Creo que podríamos estar todos de acuerdo en que el bienestar interior y la capacidad de adaptarse a la vida y sus circunstancias, junto con la capacidad de generar una armonía en el entorno cercano y en lo social, sería el principio común al equilibrio personal. Y después que cada uno sea como le de la gana.
Esta parca descripción del objetivo a perseguir deja muchas cosas en el tintero, pero lo que aquí quería señalar era únicamente como la labor que en otros momentos se le asignaban a los legisladores, religiosos y políticos, queda ahora en muchos casos en manos de los médicos, que para zafarnos de tamaña responsabilidad hacemos lo de la serotonina y ¡asunto arreglado! Al fin y al cabo no hay que psiquiatrizar a la población.
Creo que voy a dejar de comer cereales.