El pensamiento radical

La noticia de la masacre de lo ocurrido en la isla de Utoya nos ha impactado. Es obvio que un individuo que comete un crimen de ese calibre no está equilibrado. La primera tentación es pensar que el individuo en cuestión está “loco” o lo que en psiquiatría se llamaría psicótico. Desgraciadamente en alguna ocasión algún enfermo con este tipo de patología lleva a cabo alguna acción que por lo cruel y extraño llena de estupor a cualquiera y salta a las noticias, siempre con la coletilla de que se trata de una persona que se encontraba en tratamiento psiquiátrico. Pero no todos los criminales son psicóticos, de hecho entre los psicóticos a pesar de las terribles sensaciones que padecen son muy pocos los que acaban llevando a cabo acciones de carácter agresivo. Una persona que padece un proceso psicótico desarrolla unas ideas y sostiene una serie de convicciones muy lejanas a la realidad, es lo que llamamos falta de juicio de realidad. Estas personas son capaces de creer cosas que a todas luces son absurdas, hasta tal punto que en muchísimas ocasiones el propio enfermo las considera ilógicas, absurdas e increíbles para los demás, aunque ellos sigan calificándolas como estrictamente ciertas, ese es su drama. Recuerdo a un paciente que me decía en voz baja, para que nadie más se enterara del asunto y temiendo ser escuchado por medios electrónicos, que aunque no estaba del todo seguro, cada vez tenía más claro que él era Biorn Borj. En este caso la idea delirante, que así se llama este tipo de ideaciones, era claramente falsa, porque como él mismo me confesó, no había cogido una raqueta en su vida. Sin embargo en otras ocasiones las ideas delirantes no son tan claras y se pueden confundir con falsos supuestos, percepciones equivocadas de la realidad o con ideas sobrevaloradas de algún tema. La ideación delirante puede desarrollarse desde una deducción lógica de algunos datos reales, que llevados al extremo se convierten en algo totalmente fuera de la realidad, esto sería un desarrollo paranoide, o aparecer sin una estructura lógica o semi-lógica, que es lo que denominamos como delirio procesual. De este tipo es el que tenía mi paciente. Sin embargo en los delirios de tipo paranoide la concatenación de ideas, con cierta lógica y algunas de ellas reales, puede hacer muy complicado saber a ciencia cierta que son delirantes. Además podemos decir que todos tenemos un cierto grado de desconfianza que puede, en un momento dado, ser confundida con defensas paranoides, es lo que podría llegar a ser un rasgo de la personalidad.
En el caso del asesino de la isla de Utoya a primera vista no parece ser este el problema, ya que al parecer las razones que llevaron a este individuo a cometer un acto así fueron de otra índole, no se describe una ideación de carácter delirante, con una falta de juicio sobre la realidad. Es decir, lo que puede inferirse de su actuación es que se trata de un sujeto que sostiene una visión muy radicalizada de la realidad.

Estoy hablando de ideas que pueden prologar una conducta agresiva en el caso de llegar al punto de concluir que no existe otra solución que pasar al acto enfrentándose a lo que se teme. Desde esta perspectiva hacen falta varios elementos que concurran para acabar en un crimen. Una de ellas es el tipo de personalidad del sujeto capaz de llegar a esta salvaje decisión. Se trataría de personalidades en las que se dieran unos rasgos que propiciaran el paso al acto, la dificultad para tolerar la frustración, la falta de un buen control de los impulsos, una deficiente capacidad empática (capacidad para ponerse en la piel del otro), una pobre visión sobre las posibles consecuencias y una falta de sentimientos de culpabilidad. En general cuando una persona se conduce habitualmente con ese tipo de funcionamiento mental, se considera que tiene un trastorno en su personalidad, sin embargo no llega a considerarse una enfermedad ya que es una parte consustancial del individuo. De hecho en una de las clasificaciones psiquiátricas más utilizadas internacionalmente, que fue diseñada por la Asociación de Psiquiatría Americana, los trastornos de la personalidad no se encuentran en el mismo nivel categorial que el resto de las enfermedades mentales.
Muy probablemente este sea el caso de este asesino. Pero además de los factores que tienen que ver con el individuo creo que existen otras circunstancias que se encuentran entre él y lo social. Me refiero al pensamiento radical, entendiendo tal aquel que no ofrece ningún crédito a cualquier otro pensamiento que lo contradiga en algún aspecto. El pensamiento radical en general puede ser sostenido por personas que sin embargo no podrían ser calificadas de trastornadas, incluso en cierto sentido algunos pensamientos radicales pueden ser calificados como clarividentes y en distintos momentos de la historia han podido ser reveladores y motor de cambios en el progreso de la humanidad.
La primera premisa para que se dé un pensamiento radical sería la de estar implicado en una situación que deba ser defendida de otros distintos que puedan ser considerados enemigos. Esto es aplicable a infinidad de asuntos, política, religión, deporte, comunidad de vecinos o incluso el grupo de los amigos o el familiar. En realidad sería una forma de manejar una determinada situación tomando una postura en la que no cupiera un criterio distinto al propio. Para esto se necesita la existencia de un ambiente que propicie el desencuentro y en determinados asuntos esto es incluso necesario, ya que es la diferencia de criterio lo que marca el encuentro.
El desarrollo de un pensamiento radical y su posterior ejecución precisa pues de otros individuos sobre los que depositar los males y ubicar las culpas. En las sociedades desde el inicio de los tiempos se pueden observar estos procesos, unos caen sobre otros y los destruyen sin poder pararse a pensar qué cosas del otro podrían ser dignas de conservar.
En el pensamiento radical también se precisan otros componentes básicos como son la idealización y la identificación con un grupo que sostiene esa idea o con la propia idea. La búsqueda de la perfección y de llegar hasta el final en las consecuencias de la puesta en práctica de la idea, mantiene el ánimo de todos los individuos con un pensamiento radical. Estos dos puntos señalan la diferencia entre los simpatizantes de una idea y los radicales de la misma. La identificación provee de una fuerza extraordinaria ya que el ataque por lo externo de lo defendido por la idea, se convierte inmediatamente en un ataque a la integridad del individuo que lo sustenta. No hace falta ir muy lejos ni aludir a grandes temas para poder observar esta circunstancia, aunque probablemente donde tomen más relevancia sea en asuntos trascendentales como la política o la religión. Imaginemos una comunidad de vecinos en la que parte de los propietarios desea instalar en las estancias comunes un artilugio y otros lo pretenden impedir. En más de una ocasión además de acabar en los tribunales se han terminado agrediendo los unos a los otros, cuando en unas circunstancias similares, cualquiera de ellos hubiera transigido y aceptado lo que el otro decía. Pero algo ocurre en esa situación que origina posturas enconadas y comportamientos radicales. Este paso precisa de una sobrevaloración de lo que se está discutiendo y esta es facilitada si en el ánimo se pelean más cosas que lo aparentemente disputado. La diferencia entre la justa medida y la sobrevaloración de un tema concreto es difícil de definir muchas veces, siendo una ancha franja la que hay que considerar como normal en dependencia del valor (siempre relativo) que se den a las cosas.
Según las circunstancias que se desarrollen alrededor y los mecanismos internos de procesamiento de la información que se recibe, un individuo puede llegar a crearse un mundo interior absolutamente lejano a la realidad inmediata y con la absoluta certeza de encontrarse en posesión de la verdad. Para que se de esa situación se requiere la condición del aislamiento, cuando menos emocional, es decir, el individuo no accede a una visión distinta a la propia más que para criticarla. Este es el punto clave. El contacto con la idea ajena siempre pasa por el análisis crítico y sesgado, necesariamente parcial de su idea y crea argumentos, más o menos consistentes para derribarlas. Como no existe otro que le contradiga adecuadamente haciendo llegar a su entendimiento aspectos asociados al ámbito emocional, la idea radical crece a pesar de las evidencias externas. Esto implica una gran dificultad para la empatía siendo fácil comprobar en los poseedores de un pensamiento radical como no llegan a escuchar al otro, aunque sí le oigan, y en una conversación no están pensando sobre la información que el interlocutor le intenta trasladar sino que se quedan esperando a su turno para hablar y expresar lo que piensan.
Ante lo anterior se puede suponer que el pensador radical es absolutamente inflexible, pero esto no es así, porque en muchas ocasiones se puede observar como modifica su pensamiento, a veces de forma absoluta, con una sola intervención de su líder o ante la necesidad de adecuar toda su argumentación a un elemento de la realidad que muestre una evidente contradicción con sus preceptos. En este punto hay que distinguir entre el individuo que se ha vinculado a la idea por razones emocionales en relación a unas determinadas necesidades emocionales o afectivas, o el que lo ha hecho como refugio de una realidad vivida como hostil y de la que no sabe como escapar. En primer caso el líder o el sentimiento de pertenencia al grupo es el que comanda la conducta.
Así el pensamiento radical podría definirse como aquel que interpreta la realidad desde un lado muy distante al resto, podríamos decir que desde un extremo, subyaciendo la pretensión del cambio de la situación a la que alude desde la raíz, de ahí su nombre.
La posesión de un pensamiento radical no significa que se piense llevarlo a cabo en realidad. Desde la posesión de la idea a la puesta en común con otros, ya existe un trecho. Son muchos los que interiormente piensan, creen o sienten algo de forma extrema y no lo dicen a los demás muchas veces por eludir las posibles críticas y otros por una cierta inseguridad a la hora de defender sus argumentaciones. Otros sin embargo pasan al acto, su sistema de inhibición de los impulsos no es suficientemente potente o las ideas son de tal intensidad que de alguna forma podríamos decir que el individuo se ve impelido a actuar en consecuencia lógica a sus pensamientos. Esto en la mayoría de las ocasiones no es tan sencillo, porque en general las acciones correspondientes a un pensamiento radical suelen chocar con lo establecido por el sistema o por el resto del conjunto social, de manera que puede tener consecuencias negativas para el individuo o grupo que las pretenda llevar a cabo. Aquí es donde hay que señalar que los individuos que poseen este tipo de pensamiento no tienen porqué tener un coeficiente intelectual bajo, es más, muchos de los que pasan a la historia por acciones basadas en este tipo de pensamiento son grandes intelectuales, con un conocimiento del medio y de las circunstancias históricas y vigentes, que en muchas ocasiones aplasta a las argumentaciones contrarias desde el punto de vista teórico.
La impulsividad es pues un componente clave para distinguir los sujetos que se destacan por acciones irreflexivas o de consecuencias muy negativas para él mismo, con los que simplemente sostienen una elaboración teórica del asunto en cuestión y a lo único que se dedican, como mucho es a apoyar los gestos de los impulsivos que se atreven a ejecutar las ideas radicales o como mucho a defenderlas con cierto ahínco entre su entorno cercano o en la barra de un bar.
Para el sujeto que decide poner en práctica las acciones que deduce más indicadas para conseguir lo perseguido por su idea radical puede constituirse en misión y esta en su sentido de vida. Este punto es importante para comprender como personas entran en una elaboración interna que despega de los parámetros de normalidad y toma dimensiones que son difíciles de ver desde fuera. Cuando algo se convierte en lo que da sentido a la vida, se convierte así mismo en el eje de la misma y puede justificar internamente, incluso el hecho de acabar con la vida propia tras conseguir la el objetivo perseguido. Esta puede ser la razón por la que algunos radicales no dudan en quitarse la vida tras la realización de un acto brutal. Pero no siempre tiene porqué ser así. Como puede comprenderse la elaboración, preparación, ajuste, análisis de la acción, previsión de las consecuencias y expectativas grandiosas en cuanto a la acción pueden resultar altamente gratificadoras, justificando muchas precariedades y penalidades pasadas, así como pueden generar en el individuo una agradable sensación de omnipotencia al pensar como una acción suya puede cambiar el curso de las cosas de forma radical.
Ahora nos podemos parar a pensar como, sin llegar a pasar al acto, sin llegar a la elaboración de planes concretos, sin llegar a defender a ultranza la idea, conocemos a muchos individuos que poseen pensamientos radicales, tal vez incluso nosotros mismos en algunos aspectos poseemos algún pensamiento radical. La pregunta que le hago es: ¿cree usted que el pensamiento radical es insano?

Juan Luis Mendivil

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