A diario, comprobamos en nuestras consultas el gran desconocimiento que existe en relación a la figura del psicólogo clínico.
Por ello, creo que es muy importante explicarle al paciente cuando contacta con nosotros por primera vez, nuestra labor e introducirle un poquito en el variado y diverso entramado de las corrientes en psicología. Existen diferentes escuelas, con muy diferentes planteamientos tanto a la hora de entender al ser humano y sus conflictos; como a la hora de trabajarlos, de tratarlos.
Existen algunas escuelas científicas y otras que no lo son, algunas con terapias que han demostrado ser eficaces y otras que no.
Se da una continua proliferación de las personas que dicen hacer todo tipo de terapias no científicas. Y, así, muchas personas se ven envueltas en terapias y tratamientos que no están avalados ni por universidades, ni por instituciones de prestigio. Las terapias científicas son aquellas que han sido evaluadas por científicos expertos y han demostrado ser eficaces para ciertos tipos de trastornos emocionales y del comportamiento.
Al amparo del prefijo “psico” se da mucho fraude. Se acude incluso a sesiones, citas o reuniones llevadas a cabo con personas que no son ni psicólogos. La posesión del título oficial de Licenciado en Psicología es el primer requisito exigible; pero lejos, muy lejos del deseable.
La colegiación del profesional nos dará también una indicación de garantía. Su Código Deontológico obliga a los psicólogos a aplicar sólo terapias y técnicas que respalda la ciencia.
El profesional, ha de informar al paciente de que escuela sigue, el porqué de esa elección y, si es la alternativa adecuada para lo que demanda. El psicólogo ha de compartir con su paciente como entiende lo que le ocurre y el tipo de intervención necesaria para el caso.
Para que dicha intervención sea adecuada el profesional necesita evaluar, identificar cual o cuales son los problemas del paciente. Para así, diagnosticar e intervenir.
Ir a terapia no es ir a charlar, sino a trabajar. Para sólo “hablar de los problemas” probablemente habrá otras personas en su vida que lo harán y sin cobrar. Se trata de que el psicólogo explique emociones y, pensamientos y comportamientos, y como afrontarlos. Hablar de lo que ocurre es una parte necesaria y muy adecuada y que ayuda a desahogarse. El psicólogo ha, también, de explicar lo que ocurre. Se trata de compartir con el paciente para que este desarrolle alternativas adecuadas para el afrontamiento y manejo de su situación.
Un buen psicólogo no toma decisiones por el paciente, ni le soluciona los problemas, sino que le ofrece los recursos necesarios, técnicas y estrategias para que sea el paciente mismo el que logre acercarse a la solución.
En cuanto a la relación terapéutica es conveniente encuadrarla. El paciente comparte su intimidad, sus problemas, sus preocupaciones. El psicólogo no es amigo, ni ha de serlo. No se han de mantener relaciones paralelas fuera de la consulta, al menos mientras ese paciente esté en tratamiento con el psicólogo.
Se necesita crear un clima de apoyo para hablar abierta y confidencialmente. La actitud de incondicionalidad y apoyo al paciente enmarca toda la actividad terapéutica. Este apoyo deber ser adaptativo y no debe convertirse en un comportamiento que aumente los sentimientos de inutilidad personal del paciente, ni la sensación de dependencia del terapeuta.
El psicólogo y el paciente deben experimentar un sentimiento de “nosotros” y constituir un equipo, una alianza en el trabajo conjunto hacia la consecución de los objetivos terapéuticos.
El psicólogo ha de tener un trato cordial y empático, ha de tener habilidades de comunicación y de escucha, ha de ser activo en su trabajo. Mostrando y sintiendo un interés sincero por las personas y su bienestar. Evitando el vouyerismo, abuso de poder o la autoterapia. La conveniencia del autoconocimiento del profesional, conociendo sus propios recursos y limitaciones tanto personales como técnicos.
En definitiva; el paciente además de sentirse atendido y entendido, ha de sentir un avance, una evolución, una mejora que le vaya acercando a su bienestar. Signos, todos ellos, de que está en “buenas manos”.